sábado, 15 de outubro de 2011

Fraga, Khol y una empanada de zamburiñas


Fue, creo recordar, el verano del 95 cuando se celebró la Cumbre Hispano Alemana en Compostela.
En aquel evento el presidente Felipe González, el canciller Helmud Khol y Fraga coincidieron en todo, es decir fueron por el mismo camino. Cosas que solo se dan una vez más o menos en cada generación de políticos. Incluso hubo acuerdo en las cuestiones menores y colaterales a la cumbre, como la belleza cuidada de la ciudad y calidad del almuerzo ofrecido por el anfitrión. Es conocido que Helmud Khol, buen gourmet, es hombre aficionado a hablar sobre comidas y vinos, incluso llegó a colaborar con su primera esposa en un libro de recetas publicado en Alemania. Pues bien, el caso es que el canciller se interesó por una empanada de zamburiñas que probó por vez primera en su vida aquí en Compostela.
Semanas más tarde Helmud Khol , lo sé por el propio D. Manuel, llegó a pedirle a través de una carta, que le enviara la receta de aquella empanada de zamburiñas que habían compartido... Esa es la anécdota que les quiero contar. Khol llegó a Compostela acompañado de un pequeño séquito entre los que se encontraba su médico personal, que se cansó de recomendar a propios y extraños, que había que cuidar mucho el régimen de comidas de Helmud, ya que su evidente sobrepeso –140 quilos– y algunos parámetros analíticos manifestaban serios riesgos para su salud. Se dirigió el mencionado doctor expresamente a Fraga, rogándole que en el almuerzo a celebrar en un conocido restaurante de la capital, cuidase personalmente del canciller en este sentido. Fraga se comprometió solemnemente a ello, manifestándole que el canciller: " solo probaría algunos productos gallegos sanos, ricos y variados". Horas antes de esta comida, el jefe de Gabinete de Fraga llamó alarmado al Ayuntamiento de Santiago solicitándonos una silla robusta y ancha, pues en el restaurante no había ninguna que se ajustase a las medidas de, por decirlo claramente, las posaderas y peso del ilustre personaje.
Una pequeña furgoneta trasladó de inmediato al restaurante un sillón municipal de estilo, tapizado en verde con el escudo de la ciudad y con los anchos de dos sillas normales. Su estructura, a ojo de buen cubero, era capaz de soportar media tonelada de peso con perdón. Una vez en el restaurante, se sirvió el primer plato del ágape, una fuente enorme de soberbios percebes de Fisterra, que pacientemente y antes de cualquier otra información sobre los mismos, el presidente gallego explicó al mandatario alemán, como debían de abrirse y comérselos sin salpicar en exceso a los demás comensales.
El canciller hombre habilidoso y perspicaz en asuntos de viandas y tentempiés captó perfectamente la técnica y en unos minutos se despachó él solo tres quilos de lo que denominó: "un marisco extraordinario que esconde el sabor del Atlántico en su interior", citando sin saberlo, a nuestro querido Álvaro Cunqueiro. Una preciosa licencia casi poética debió pensar más de un comensal, que fue compartida en la mesa con exclamaciones patriótico-galaicas por todos los acompañantes, ya que poco más quedó por adjudicar y distribuir entre los presentes. De segundo plato, hizo su entrada en el salón la mencionada empanada de zamburiñas, la cual le resultó al canciller simplemente deliciosa y :
"mucho más sugerente, sabrosa y misteriosa que, por ejemplo, las pizzas en la que nada se adivina porque todo se ve...". El tamaño de la empanada era de medio metro de diámetro, unos dos mil centímetros cuadrados a efectos de superficie, y según pude informarme posteriormente, contenía dos quilos y medio de zamburiñas frescas bien apretadas y escondidas recatadamente en su interior.
Helmud Khol dio cuenta de la mitad de la empanada según le fue administrando generosamente el presidente Fraga, a los pocos, raciones que llenaban su plato de cada vez. Luego llegaron unos platos más: rodaballo, jarrete, postres, café y gotas de aguardiente del Ulla a los que no le hizo ascos el canciller entre las sonrisas cómplices, regocijos y explicaciones gastronómicas de ambos dignatarios. Meses después de este acontecimiento tuve la ocasión de comer justo al lado de D. Manuel en un acto oficial.
La larga mesa del restaurante se llenó de conselleiros y de altos cargos de la Xunta de entonces, todos guardaban silencio. Se notaba en el ambiente un respeto temeroso y casi reverencial a Fraga mientras aguardaban educadamente que este comenzara a comer, para hacerlo ellos. Por lo bajo y por tener un tema de conversación le recordé a D. Manuel la comida de Khol, el prestado sillón municipal y el cuidado exquisito que tuvo con la salud del canciller... pidiéndole me volviera a relatar lo sucedido. Para pasmo de muchos, Fraga sonrió abiertamente y entabló una animada y amistosa charla conmigo. Yo creía adivinar por las miradas de reojo y las expresiones llenas de sorpresa de los presentes, lo inesperado que les resultaba esta conversación relajada y alegre del jefe con un concejal; no acababan de entender de donde podía proceder aquella empatía comunicativa entre los dos, que además duró toda la comida. Al rematar la misma varios conselleiros y directores generales se acercaron por turnos a mí, justo después de despedirme de D. Manuel, y me preguntaron sin discreción alguna, de qué habláramos el presidente y yo mismo con tanta pasión. Mi respuesta para todos ellos fue la misma : ‘‘¡De política internacional naturalmente!’’

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