LOS
GALLUFOS
El
sábado
pasado
fui
invitado
a
dar
una
charla
en
un
asociación
cultural
a
la
que
había tenido la honra
de
visitar en
otras
ocasiones.
Fue
todo
un
éxito
de
asistencia,
casi
media docena de
amigos y tres
invitados
curiosos,
dos
de
ellos
jubilados.
El
presentador
del
acto
comenzó
manifestando
que
dado que yo
era
conocido
de
sobra
en
ese
lugar
por
casi
todos
los
presentes,
no
merecía
la
pena
presentarme...
Recordé
con
espanto
que
allí
mismo
y
en
otra
ocasión,
coincidiendo con una visita de
Borrel,
otro
introductor muy nervioso por
la presencia del ministro y de casi un
centenar
de
asistentes,
dejó
caer
aquella gloriosa frase:
“¡El
Ministro
Borrel
aquí presente, es
tan
conocido,
tan
conocido,
que
es...
“¡ impresentable !”.
Mi
intervención
duro
unos de
veinte
minutos.
Durante
la
misma,
ninguno
de
los
presentes
bostezo;
ninguno
observó
de
reojo
su
reloj
de
pulsera,
y
mucho
menos,
como
me
tiene sucedido
alguna
vez
en
el
pasado,
ninguno de los presentes lo agito
para
comprobar
si
estaba
parado
o
no.
Y
es
que
estoy
convencido
que
el
secreto
de
un
buen
discurso,
es
procurarse
un
buen
comienzo
y
un
mejor
final
separados
como mucho por
quince
o
veinte
minutos
de
charla,
y
porque
creo
sinceramente,
que
solo
hacen
discursos
largos
los
vanilocuentes
o
los
conferenciantes que no
tienen
tiempo
para
hacerlos
cortos.
Les
relaté durante
mi
intervención,
con todo lujo de detalles morbosos, violentos, y alguna escena
erótica - que ayudan a concentrar la atención -, un
fragmento
histórico
de
la
vida
de
un
falso
peregrino
o
gallufo
del
siglo
XII,
vestido
con
la túnica blanca y escapulario negro de
los
monjes
del
Cister
y,
conocido
por
el
sobrenombre
de
Fouce
o Lambón,
que
se
dedicaba
en
el
Camino
de
Santiago,
entre
otros
menesteres,
a
vender estampitas
milagrosas
del
Apóstol
dibujadas
por
el
mismo a
mano,
y
en
las
que
por
su reverso
se
podía
leer
un
pronostico
personal
para
cada
peregrino,
pronostico
que
había
sido
escrito
guiando
la
mano
del
monje,
el
mismo
Santiago
el
Mayor,
según
explicaba
Fouce
o
Lambón.
Sacaba
el monje de
una
bolsa
de
piel
de
cabritilla,
a
cambio
de
unas
monedas,
una estampa
con
una predicción personal para cada
romero
que
se
lo
demandase;
en
ella
se describía su futuro con augurios precisos; más
o
menos
como
la
agencia,
Standard&
Poor´s,
con
vaticinios
siempre
muy atinados,
y
creíbles,
pero
en
el
caso
de
las
estampitas
de
Fouce,
llenos
de
promesas
de
bienestar, "con
la
ayuda
de
Dios
y
del
Apóstol”
como
clausula
preventiva
final...
Tendrían
los
peregrinos
a
partir
de
la
adquisición
de
la
estampa,
un
trabajo
propio
o
uno
bien
remunerado
con
un
patrón
generoso
y
comprensivo,
comería
muchos
cerdos,
venados, truchas, y pocas
gachas;
casa
propia
sin
hipotecas;
no
tendrían
apenas
enfermedades;
sus
hijos
llegarían
a
caballeros
en
muchos
casos;
además
los
señores
feudales
no
les
cobrarían
impuestos,
ni
la
iglesia
diezmos
y
primicias.
Nadie
de tanto prestigio como el Apóstol, o tal como hoy sucede con
Standard&
Poor´s
puede pasar por mentiroso o falso, y en este caso como en otros es
suficiente, antes y ahora, tener buenos avales religiosos, políticos
y económicos, que son muy parecidos, para que algunas bolsas,
también antes y ahora, se vacíen de estampitas y se llenen de
euros.
Al
terminar la charla entregué a la directiva los apuntes de la misma
que recogieron con la misma devoción y respeto que las estampas de
antaño, y a cambio me invitaron a un vino y a un buen trozo de
empanada de lomo.
Desde
ese día estoy intranquilo, angustiado, duermo mal, y me vengo
preguntando :
¿ Habrán grabado mi charla?.
¿Habré
cometido algún tipo de cohecho, estafa, o lo comentado y
documentado allí, será información privilegiada?.
Mejor
será que no se entere ningún juez.
Ningún comentario:
Publicar un comentario