luns, 15 de outubro de 2012

LOS GALLUFOS


LOS GALLUFOS


El sábado pasado fui invitado a dar una charla en un asociación cultural a la que había tenido la honra de visitar en otras ocasiones.
Fue todo un éxito de asistencia, casi media docena de amigos y tres invitados curiosos, dos de ellos jubilados.

El presentador del acto comenzó manifestando que dado que yo era conocido de sobra en ese lugar por casi todos los presentes, no merecía la pena presentarme...

Recordé con espanto que allí mismo y en otra ocasión, coincidiendo con una visita de Borrel, otro introductor muy nervioso por la presencia del ministro y de casi un centenar de asistentes, dejó caer aquella gloriosa frase:
 “¡El Ministro Borrel aquí presente, es tan conocido, tan conocido, que es... 
“¡ impresentable !.

Mi intervención duro unos de veinte minutos.
Durante la misma, ninguno de los presentes bostezo; ninguno observó de reojo su reloj de pulsera, y mucho menos, como me tiene sucedido alguna vez en el pasado, ninguno de los presentes lo agito para comprobar si estaba parado o no.

Y es que estoy convencido que el secreto de un buen discurso, es procurarse un buen comienzo y un mejor final separados como mucho por quince o veinte minutos de charla, y porque creo sinceramente, que solo hacen discursos largos los vanilocuentes o los conferenciantes  que no tienen tiempo para hacerlos cortos.

Les relaté durante mi intervención, con todo lujo de detalles morbosos, violentos, y alguna escena erótica - que ayudan a concentrar la atención -, un fragmento histórico de la vida de un falso peregrino o gallufo del siglo XII, vestido con la túnica blanca y escapulario negro de los monjes del Cister y, conocido por el sobrenombre de Fouce o Lambón, que se dedicaba en el Camino de Santiago, entre otros menesteres, a vender estampitas milagrosas del Apóstol dibujadas por el mismo a mano, y en las que por su reverso se podía leer un pronostico personal para cada peregrino, pronostico que había sido escrito guiando la mano del monje, el mismo Santiago el Mayor, según explicaba Fouce o Lambón.

Sacaba el monje de una bolsa de piel de cabritilla, a cambio de unas monedas, una estampa con una predicción personal para cada romero que se lo demandase; en ella se describía su futuro con augurios precisos; más o menos como la agencia, Standard& Poor´s, con vaticinios siempre muy atinados, y creíbles, pero en el caso de las estampitas de Fouce, llenos de promesas de bienestar, "con la ayuda de Dios y del Apóstol” como clausula preventiva final...

Tendrían los peregrinos a partir de la adquisición de la estampa, un trabajo propio o uno bien remunerado con un patrón generoso y comprensivo, comería muchos cerdos, venados, truchas, y pocas gachas; casa propia sin hipotecas; no tendrían apenas enfermedades; sus hijos llegarían a caballeros en muchos casos; además los señores feudales no les cobrarían impuestos, ni la iglesia diezmos y primicias.

Nadie de tanto prestigio como el Apóstol, o tal como hoy sucede con Standard& Poor´s puede pasar por mentiroso o falso, y en este caso como en otros es suficiente, antes y ahora, tener buenos avales religiosos, políticos y económicos, que son muy parecidos, para que algunas bolsas, también antes y ahora, se vacíen de estampitas y se llenen de euros.

Al terminar la charla entregué a la directiva los apuntes de la misma que recogieron con la misma devoción y respeto que las estampas de antaño, y a cambio me invitaron a un vino y a un buen trozo de empanada de lomo.

Desde ese día estoy intranquilo, angustiado, duermo mal, y me vengo preguntando : 
 ¿ Habrán grabado mi charla?.
¿Habré cometido algún tipo de cohecho, estafa, o lo comentado y documentado allí, será información privilegiada?.
Mejor será que no se entere ningún juez.































Ningún comentario:

Publicar un comentario